jueves, 25 de noviembre de 2010

La subasta del billete de diez dólares

Uno de los principales campos de aplicación de la teoría de juegos ha sido el diseño de procedimientos de subasta. Quizá el ejemplo paradigmático sea el de la subasta del espectro de telecomunicaciones de tercera generación (3G) de Inglaterra en el año 2000, dirigida por el economista Ken Binmore, y que logró recaudar la friolera de 22.000 millones de libras. Aunque no todas sean tan excepcionales, en la vida diaria nos enfrentamos a multitud de subastas. Salvando las distancias, constantemente pujamos por lograr la aprobación de nuestros amigos, convencer de nuestro punto de vista en una discusión o conseguir reconocimiento en nuestro trabajo. Obviamente, no todas las subastas son iguales. Ni las reglas, ni los jugadores, ni las recompensas pueden equipararse en muchos casos. Estas circunstancias, y sus consecuencias, son las que se analizan a través de las herramientas que proporciona la teoría de juegos.  

La subasta más tradicional es la inglesa, en la que los postores conocen las ofertas de su competencia y pueden modificar la suya mientras la subasta esté abierta. Al final de la subasta, gana el postor que haya realizado la puja más alta. No obstante, en esta entrada quisiera exponer una subasta más particular, que coloquialmente se conoce como la subasta del billete de diez dólares (en la que el objeto subastado es, cómo no, un billete de diez dólares). Las reglas son sencillas. Primero, la puja más alta será la ganadora al cerrarse la subasta. Segundo, la segunda puja más alta no recibe nada pero tampoco se recupera. ¿Qué podemos esperar que hagan los jugadores? Supongamos que se subasta un billete de 10$ siguiendo el procedimiento de subasta inglesa. Ciertamente, podemos esperar que los jugadores incrementen sus ofertas hasta el preciso momento en el que se alcanza la cifra de 10$. Llegado ese punto el ganador realmente se queda como estaba (paga diez dólares por un billete del mismo valor); además, ningún otro jugador querrá realizar ninguna puja adicional (pues cualquier cifra superior supondría pérdidas).

Ahora bien, ¿sucede lo mismo si seguimos las reglas particulares que hemos descrito? Imaginemos la situación. En principio, los jugadores realizarán alternativamente pujas más altas hasta el momento en el que la última puja se realice por valor de 10$. Hasta aquí los acontecimientos son idénticos a los de la subasta inglesa. Sin embargo, si la subasta se cerrase en este momento, el jugador que hubiese realizado la puja más alta sería el ganador (con ganancias nulas); pero por otra parte, el jugador que hubiese realizado la segunda puja más alta, por ejemplo 9$, se vería obligado a pagar dicha cantidad sin recibir nada a cambio (con lo que tendría unas pérdidas de 9$). ¿Cuál será la actuación más lógica del segundo jugador? Seguir pujando, por ejemplo, con 11$. ¿Por qué? Si lo hace, entonces el segundo jugador habría realizado la puja más alta, luego sería el ganador. Se vería obligado a pagar 11$ por el billete de 10$, con lo que en realidad perdería 1$, pero esta pérdida es inferior a la que tendría si se queda en segundo lugar (que eran 9$). Ahora el primer jugador se encuentra en la misma tesitura ante la que el segundo se encontraba antes: su mejor opción es seguir pujando, por ejemplo 12$ (sus pérdidas pasarían a ser de 2$ en vez de 10$). Así, estos dos jugadores se enzarzarán en una espiral ascendente de pujas con cifras cada vez más altas sin que pueda suponerse ningún final definido. En todo caso, éste sucederá cuando cualquiera de los dos renuncie a continuar la subasta y asuma sus pérdidas alegremente, pero si asumimos jugadores estrictamente racionales, la subasta no terminará nunca (ya que siempre será preferible pagar 10.000$ y recibir los 10$ que tener que pagar 9.999$ y no recibir nada a cambio). Obviamente, asumimos que cada puja incrementa la última cantidad ofertada de forma marginal (o en todo caso, con un margen de 10$ como máximo, algo que por otra parte será lo más lógico, ¿por qué vas a ofertar una cantidad mayor con un margen de 10$ si con ofertar únicamente una con un margen de 1$ ya resultas ganador, por ejemplo?).

No obstante, podría decirse, estos dos jugadores no pueden incrementar sus pujas indefinidamente. Llegará algún momento en que no tengan dinero para respaldarlas. Ésto es cierto, pero ¿qué pasa si los jugadores pueden endeudarse? Las posibilidades de los dos jugadores de continuar su particular batalla se ven ahora incrementadas. Aún así, el proceso no podría prolongarse eternamente. Llegará un momento en que uno de los jugadores se vea en la obligación de renunciar a la subasta ante la incapacidad de soportar sus pérdidas (inclusive teniendo en cuenta los préstamos de un banco, que consecuentemente también soporta una pérdida neta por esos créditos que dudosamente esperará recuperar en el futuro). La situación del ganador no es mucho más agradable: sí, es el ganador de la subasta, pero también a él le tocará soportar pérdidas. Su único consuelo es que las pérdidas serán menores que si no hubiera sido ganador, pero nada más. Se trata de una victoria pírrica en toda regla. De esta forma, vemos como la introducción de una, en apariencia, inocente regla adicional ha trastocado la subasta de una forma difícilmente imaginable. El único ganador en el proceso es el subastador, que ha obtenido de esta forma unas ganancias que, en circunstancias normales, tampoco podría haber esperado nunca.

Al margen del horror que muchos experimentaréis ante una desgracia que ninguno de los dos jugadores vio venir (a fin de cuentas, lo único que hacían era huir hacia adelante intentando escapar de la misma), quizá os preguntaréis, ¿suceden este tipo de casos en la vida real? Desgraciadamente sí. La actualidad de hecho nos ofrece un ejemplo candente del que todavía no podemos prever ningún desenlace: la guerra de divisas (con China y EE.UU. como principales contendientes). En esencia, una forma que tienen los países de crecer es aumentar sus exportaciones netas. Si un país devalúa su moneda, es de esperar que sus mercancías, ahora más baratas, encuentren mayores demandantes en el mercado internacional. Sin embargo, esta actuación entra en conflicto con el resto de países, que en el corto plazo ven reducidas sus exportaciones por efecto de la competencia (y recordemos, el corto plazo es lo único que le importa a los políticos de turno). Así, si el país uno devalúa su moneda esperando incrementar sus exportaciones netas (a costa del resto de países), una elección lógica para el país dos es devaluar también su moneda esperando que el resultado final sean mercancías más baratas que las del país uno (o, como mínimo, igual de baratas, preservando así el statu quo). Llegado este momento, los países implicados se enzarzarán en una espiral ascendente de devaluaciones, donde las alternativas son bien soportar una pérdida neta en la riqueza del país o bien soportarla con el consuelo de que la misma se compensará en el futuro con un incremento esperado de las exportaciones netas. 

El proceso, como puede verse, guarda estrechas relaciones con el ejemplo de la subasta del billete de diez dólares de la entrada, si bien en este caso no hablamos necesariamente de dos jugadores: todos los países implicados experimentan una pérdida de posición relativa con que únicamente uno de ellos realice una devaluación, por tanto, en principio todos tienen incentivos a imitar esa estrategia, dando lugar así al procedimiento de subasta. ¿Qué podemos esperar, más aún teniendo en cuenta que se trata de un problema de actualidad? No sabría decirlo, pero si este tipo de subastas sólo finalizan cuando todos los contendientes menos uno son incapaces de seguir pujando (porque no pueden endeudarse más, o porque no pueden permitirse seguir mermando su riqueza en proporciones superiores) desde luego, el resultado no será en absoluto alentador.

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miércoles, 24 de noviembre de 2010

El equilibrio normativo

Aprovechando que en la entrada anterior hablaba sobre el equilibrio general, al tiempo que justificaba los estudios encaminados a probar su existencia y las consecuencias que la misma suponía para el análisis económico, me ha surgido una duda relacionada precisamente con uno de los aspectos fundamentales de este equilibrio, a saber, el ser eficiente en el sentido de Pareto. No obstante, más que una explicación, quisiera plantear la cuestión de forma abierta, ya que no tengo del todo claro la veracidad del tema en cuestión.

Uno de los requisitos más ampliamente aceptados en torno a las características que ha de cumplir un equilibrio en una economía es que éste sea eficiente en el sentido de Pareto. El equilibrio general que se alcanza en el modelo de Arrow-Debreu cumple esta propiedad. No sólo eso. Los desarrollos posteriores en microeconomía centrados en el análisis del equilibrio general fuera del marco de competencia perfecta también persiguen este misma propiedad. Cabría decir que no podemos hablar de un equilibrio propiamente dicho, o al menos aceptable, si no encaja dentro de los criterios de eficiencia paretiana.

No obstante, ¿qué queremos decir cuando afirmamos que un equilibrio es eficiente en el sentido de Pareto? En concreto, implica que la distribución que se alcanza en dicho equilibrio proporciona a los agentes de la economía una utilidad tal que únicamente podemos incrementar la utilidad de alguno de los agentes a costa de disminuir la de otro. He tratado la cuestión relativa a los criterios de eficiencia en otras entradas (I, II, III), con lo que no voy a extenderme en ello aquí. ¿Dónde está entonces mi duda?

La eficiencia en sentido de Pareto es un criterio normativo, es decir, su cumplimiento es deseable o, en cualquier caso, hemos de tender hacia él. Ahora bien, ¿en qué sentido es deseable? Diría que únicamente podemos formular un argumento que no resulte vacío desde un punto de vista estrictamente político (ésto es, ético), pero ésto hace que cualquier intento de justificación caiga fuera del campo propio de la economía. No negaré que pueden existir razones de corte técnico que hagan más viable la adopción de este criterio de eficiencia respecto a cualquier otro, pero tales razones aluden a su viabilidad, no a su deseabilidad o conveniencia. Como digo, cualquier definición encaminada en esta última dirección resulta ajena a la ciencia económica. Ha de tomarse como dada, en todo caso.

Este hecho me sitúa en una difícil posición, a saber, la posibilidad de tener que admitir que los fundamentos de nuestros modelos se encuentran empapados de ideología. A fin de cuentas, la eficiencia paretiana bien puede interpretarse como una formalización del precepto "haz lo que quieras en tanto no perjudiques a los demás", si bien formulado desde el punto de vista de ese ente redistribuidor (algunos lo llaman subastador walrasiano) que subyace a todos estos modelos. Sin embargo, si la adopción de un criterio u otro depende en última instancia de una elección ética, ¿por qué escoger el criterio paretiano, por qué no otro? O mejor aún, ¿por qué no ninguno? No sabría decir hasta qué punto podríamos operar prescindiendo de cualquier criterio normativo, más allá de relegar la economía a una labor puramente descriptiva. Sin embargo, el que gran parte de los supuestos e implicaciones de nuestros modelos dependan de una elección hasta cierto punto arbitraria (como toda elección de una ética de referencia en última instancia) se me antoja oscura, o viciosa, en lo que respecta a nuestra labor de formalización.

Como digo, se trata de una duda (razonable, diría yo) que no me encuentro plenamente capacitado para intentar responder. Espero, en todo caso, vuestra opinión al respecto.

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martes, 23 de noviembre de 2010

Una justificación intuitiva del equilibrio general

En una ocasión, me encontraba comentando con Citoyen el libro Whither Socialism? de Stiglitz, el cual acababa de leerme por una recomendación (indirecta) suya. El libro bien merecería una entrada (Stiglitz merecería como mínimo un blog, en opinión del propio Stiglitz). De forma muy resumida, una de las tesis del libro sostiene que la hipótesis de mercados completos es imposible. La completitud de mercados indica que existe un mercado para todos los bienes y derechos, y por tanto, el precio de los mismos es de conocimiento público. El concepto tiene especial relevancia en los mercados financieros, para los que, matemáticamente, diríamos que existen tantos activos financieros distintos como estados de naturaleza. La crítica de Stiglitz postula que a pesar de toda la variedad de activos financieros que estuviesen disponibles (i.e. futuros) es imposible disponer de forma efectiva de un activo financiero distinto para cada estado de naturaleza en cada periodo del tiempo de aquí en adelante hasta el infinito. Luego en la práctica los mercados financieros no sólo son incompletos, sino que es estúpido suponer que pueden no serlo. Obviamente, si los mercados financieros son incompletos, entonces el conjunto de todos los mercados (que es el objeto de estudio del equilibrio general) es incompleto.

Puede decirse que a partir de este primer postulado Stiglitz desarrollaría su programa de investigación basado en la asunción de información imperfecta en el análisis de los mercados (que ha resultado bastante prolífico, por otra parte). El estudio del equilibrio general caía así en desgracia: no por animadversión, sino por futilidad. ¿De qué sirve definir, corregir o estudior un concepto tal como el equilibrio general si una de sus hipótesis necesarias está viciada de partida? Más allá de la elegencia o sutilidad de las ecuaciones del modelo, tanto su contenido como su resultado estarán carentes de toda correspondencia empírica (algo que tras este razonamiento pareció mostrarse evidente para los mercados financieros, por ejemplo).

No obstante, Stiglitz no es el único economista que desarrolla, o perfecciona, programas de investigación en economía. A este respecto, le comenté a Citoyen acerca del equilibrio de Radner. Se trata de una extensión del modelo Arrow-Debreu desarrollado por el economista americano Roy Radner en 1972. ¿Cuál es la diferencia? En esencia, se trata de un modelo de equilibrio general que introduce los activos financieros, mediante los cuales los agentes pueden transferir renta entre distintos periodos temporales con distintos estados de naturaleza posibles. Lo interesante es que el equilibrio de Radner resultante es equivalente al equilibrio de Arrow-Debreu (por tanto, entre otras cosas es eficiente en el sentido de Pareto). A primera vista puede parecer que el modelo no pretende más que obtener los mismos resultados de siempre empleando variables más realistas (que no es poco); sin embargo, constituye la base del primer análisis consistente de equilibrios en mercados incompletos. ¿Cómo? ¿Puede alcanzarse un equilibrio general en mercados incompletos? El paradigma neoclásico lleva casi treinta años tratando de resolver esa pregunta, y hasta el momento, los resultados han sido tan fructíferos como esperanzadores.

Eso sí, no son estos avances en el campo de la microeconomía los que motivan la entrada, sino el comentario de Citoyen al respecto de los mismos (cónstese que parafraseo en exceso sus palabras): "Sí, está muy bien, pero ¿de verdad crees que en la práctica sirve para algo analizar equilibrios generales?". En ese momento tenía mis dudas, pero si hoy escribo esta entrada es porque creo poder afirmar que sí. Sí tiene sentido, y además es súmamente importante; no tanto por los resultados concretos que nos arroje el análisis de un equilibrio general particular como por el hecho de que seamos capaces de constatar que realmente existe, o puede existir, un equilibrio general en una economía, independientemente de los agentes, los estados de naturaleza, los periodos temporales o el grado de información, por citar algunas variables. ¿Por qué es tan imporante? Porque el que exista, o pueda existir, un equilibrio general nos indica que una economía, entendida como un sistema, es estable; de hecho, diría que nos indica que es efectivamente un sistema.

Carezco del conocimiento necesario en teoría y dinámica de sistemas como para poder sostener mi afirmación de forma argumentada. De momento tan sólo puedo aducir intuiciones. No obstante, el hecho de que exista un equilibrio general nos dice que, a pesar del caos aparente que podamos observar en la disposición y evolución de las variables de una economía, existe un estado hacia el que tales variables tienden, o del que esas variables se alejan, de una forma u otra. Supone, en pocas palabras, que existe un punto de referencia a partir del cual se articula el sistema (de ahí que diga que es bastante probable que su existencia sea necesaria para poder afirmar que nos encontramos ante un sistema propiamente dicho). De no ser así, nos encontraríamos ante la circunstancia de que seríamos incapaces de explicar la evolución de cualquier variable económica. Por ejemplo, supongamos que aumenta la tasa de inflación. Si nos preguntaran el por qué, podríamos esgrimir varias razones: porque se produce un incremento en el nivel general de precios, porque aumenta la masa monetaria, etc. Sin embargo, el argumento realmente estará vacío. Si decimos que una variable cambia o evoluciona respecto a otras es porque las circunscribimos dentro de un sistema con una estructura definida articulado bajo unas reglas precisas, es decir, podemos afirmar de dónde viene cada variable y hacia dónde se dirige. Tales apreciaciones exigen que exista un punto de referencia a partir del cual se construya el sistema, que no ha de ser necesariamente único, pero sí necesariamente ha de existir. No por menos, aunque no deja de ser irónico, la existencia de este equilibrio general es una suposición central en el modelo de Arrow-Debreu (y por tanto, de todos los modelos de equilibrio general, si bien su demostración es efectiva).

Si tenemos todo ésto presente, queda clara la importancia de demostrar que, a pesar de que los mercados sean incompletos, o la información no sea perfecta, puede darse un equilibrio general. De no ser así, cuando tales fallos de mercado aparecen, habríamos de afirmar no que la economía se aleja del equilibrio sino que, en pocas palabras, se derrumba. Lo que tendríamos delante de nosotros no dejaría de ser un conjunto en el que las variables se mueven de forma caótica sin que pudiésemos establecer ninguna verdadera relación de causalidad. Los modelos formales carecerían de validez, así como cualquier pretensión normativa por parte de la economía: lo único que podríamos hacer, en todo caso, es describir las cosas tal cual suceden, pero nada más.

Para finalizar, y antes de que penséis que puedo exagerar o definir algo totalmente inconcebible, tened presente que la hipótesis del paseo aleatorio afirma que precisamente ésto es lo que sucede con la evolución de los precios de los activos (o en la mayoría de ellos) en los mercados financieros. Sea o no cierto, desde luego, la cuestión, en lo que a la ciencia económica concierne, no carece de importancia.

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"Free to Lose" de John E. Roemer (V): conclusiones

¿Qué puedo decir tras la lectura de Free to Lose, de John E. Roemer? En esta entrada quisiera esbozar algunas conclusiones que he podido extraer tras su lectura, la cual he intentado transmitiros tan claramente como me ha sido posible en una serie de entradas (I, II, III, III bis, IV). A pesar de todo, he de decir que, si bien en términos generales la obra no tiene desperdicio, es probable que desencante tanto a quienes pudiesen esperar de ella una confirmación estricta de las doctrinas marxistas más ortodoxoas como a quienes, en el lado contrario, esperasen encontrar cómo las herramientas analíticas de la economía moderna habían de refutar tales doctrinas. Quisiera destacar, por tanto, dos grandes conclusiones en las que considero se condensa no sólo toda la obra, sino también la gran aportación de Roemer al tema que tratamos. Es seguro que podrían extraerse muchas más, referidas a demostraciones matemáticas, ejemplos concretos o recovecos de la teoría, pero el espacio clama que sea conciso. Espero, al menos, que la serie de entradas que he desarrollado en mayor profundidad permita entrever todo aquello que una mera conclusión sintética no permite.

No creo equivocarme al afirmar que la principal aportación de toda la obra se recoge en el concepto de explotación desarrollado por Roemer. Su gran logro consiste en prescindir no sólo del lastre que suponía la aceptación de la teoría del valor-trabajo, sino del convencimiento marxista de la necesidad de toda una lógica propia (llámemosla dialéctica) para ser capaces de comprender sus implicaciones. La explotación se define ahora como la pérdida de utilidad experimentada por un agente económico, dada una distribución concreta, respecto a la que poseería si dicha distribución fuese igualitaria. Esta definición posee aplicación general, permite adaptarla a circunstancias concretas y, curiosamente, prescinde de la necesidad de cualquier aceptación previa de los postulados, económicos o éticos, de la doctrina marxista. Roemer llegará incluso a afirmar que, aun aceptando el marxismo, existe un nivel de explotación que puede considerarse socialmente necesario, o incluso que en un sistema económico socialista seguirá existiendo explotación, por muy diferente que sea cualitativa o cuantitativamente respecto a la capitalista. 

He de decir que en un primer momento me mostraba bastante escéptico ante la valía de este concepto, ya que a fin de cuentas, requiere de una comparación entre dos situaciones, una efectiva y otra hipotética, y que por muy rigurosa que fuese queda en última instancia al arbitrio de quien la efectúe. No obstante, esta objeción pierde validez cuando se considera que la economía ortodoxa no hace nada distinto. Cuando afirmamos que un mercado genera rentas para los agentes económicos, en realidad estamos afirmando que parte de sus beneficios no surgirían en una situación de competencia perfecta, que obviamente nosotros establecemos, y por tanto remitimos su origen a alguna variable explicativa, como el poder de monopolio. O cuando afirmamos que un monopolio reduce el excedente social de bienestar, ya que en realidad no hacemos más que comparar el excedente efectivo con el que esperaríamos encontrar en una situación de competencia perfecta. Cuestión aparte son los juicios normativos que pudiésemos emitir dados todos estos ejemplos, pero como suelo decir, en ese caso nos encontramos ante una decisión política, no económica. Qué decir sobre la explotación, en caso de afirmar su existencia, cae exáctamente bajo la misma consideración.

La segunda gran aportación de Roemer es sin duda su definición de clase social, que el autor remite a la posición de los agentes económicos respecto de sus relaciones contractuales de trabajo. Así, los agentes que venden toda su fuerza laboral formarían una clase social (el proletariado, en terminología clásica marxista), mientras que quienes no trabajn en absoluto y dedican sus recursos a la contratación de terceros constituirían otra distina (los capitalistas, en la misma línea). Entre ambas se abre un abanico de posibilidades definidas en torno a la relación laboral que mantienen unos agentes con otros. Otra aportación es demostrar que esta misma relación de explotación recíproca que da lugar a las clases sociales y que se realiza a través de los mercados de trabajo es idénticamente aplicable para el caso de los mercados financieros, y en última instancia, para los países entre sí a través de la inmigración o los mercados de capitales internacionales. La conclusión de todas estas implicaciones es que la causa de la explotación se encuentra en la desigualdad en la distribución de los recursos, y no en la existencia de los mercados. Esta afirmación resulta de especial importancia, ya que indica que en tanto los factores de producción no se repartan de forma equitativa la aparición de distintas clases sociales será un resultado necesario que se propagará a través de los mercados, sin necesidad de que exista ninguna coacción u opresión explícita.

Dije que la obra provocaría desencantos para quienes buscasen una confirmación de las teorías de siempre a través de nuevas herramientas. Estas dos grandes conclusiones dicen mucho de ello. Así, asistimos a un análisis que, encuadrado en los objetivos sociales marxistas, recomienda centrarse en los derechos de propiedad más que los mercados, en su funcionamiento más que en su estructura, en la igualdad material más que en la explotación. Con todo, las formulaciones son rigurosas, y el empleo que de la matemática hace el autor es limpio, elegante y eficaz. No podrá, por tanto, achacarse demérito a su método, con el cual extrae todas las conclusiones vistas. Esta es quizá la principal razón de desencanto entre los marxistas clásicos que esperaban de esta obra una confirmación estricta de sus convicciones: si se está de acuerdo con los planteamientos, entonces no podrá objetarse a priori las conclusiones; o en todo caso, será necesario refutarlas, aunque ello implique prescindir de la ideología para encomendarse a las herramientas y restricciones de la ciencia.

No obstante, se me podría decir, el hecho de que algunas conclusiones de corte práctico en torno al marxismo se muestren como inútiles, cuando no contraproducentes con sus objetivos, no elimina la validez de la teoría como paradigma alternativo en la praxis política. Este matiz es acertado. Sin embargo, la presunta originalidad del marxismo actual se muestra menos clara cuando, prescindiendo de lógicas alternativas, se toman las herramientas analíticas ortodoxas, tal y como hace Roemer. Su obra supone un ejemplo contundente de una actitud que la economista poskeynesiana Joan Robinson ya criticó respecto al uso que los marxistas hacían de la economía. En sus propias palabras: "Lo que quiero decir es que yo llevo a Marx en la médula de los huesos y usted [un político marxista] lo tiene en la boca. Tomemos, por ejemplo, la idea de que el capital constante es una materialización del trabajo aplicado en el pasado. Usted piensa que esta noción debe demostrarse con mucha palabrería hegeliana. En tanto que yo digo (aunque no empleo una terminología tan pomposa): Claro, ¿qué otra cosa podría ser?". Efectivamente, si algo pudo constatar la labor del marxismo analítico, es la enorme presencia que ideas tradicionalmente consideradas como "exclusivamente marxistas" tenían en muchos campos del conocimiento, ya fuese por influencia directa ya fuese por desarrollo paralelo (lo cual confirma, en todo caso, la clarividencia de Marx en tales cuestiones). Considerar al marxismo como una alternativa totalmente original e independiente de cualquier otra existente sólo puede llevar a confusión. Las grandes diferencias, repito nuevamente, se basan en la aceptación de una ética distinta, no de unos planteamientos o de unas conclusiones diferentes.

Del mismo modo, dije que quienes buscasen una refutación del marxismo por el sólo empleo de la matemática. Queda patente que no es así. Desde luego, puede opinarse lo que se quiera sobre la obra de Karl Marx, pero en ningún momento podrá achacarse a su autor altura intelectual o clarividencia respecto a su tiempo. Gran parte de sus apreciaciones se consideraron certeras entonces, igual que muchos las consideran ahora. El que se efectúe una formalización matemática o no, no obstante, no altera lo que podamos decir acerca de sus conclusiones (en todo caso, nos permiten hablar con la seguridad que proporcionan la coherencia lógica y la definición rigurosa de las premisas, pero nada más). Los fundamentos del marxismo como paradigma dentro de las ciencias sociales, repitámoslo tantas veces como sea necesario, son esencialmente políticos, es decir, éticos. Su aceptación o su rechazo, su apología o su erradicación, pasan por tanto por la asunción previa de una ética que en última instancia condena, en sus propios términos, la "explotación del hombre por el hombre". El economista puede aportar herramientas, codificar ejemplos e interpretar soluciones, pero no le corresponde a él enunciar los fines últimos de la sociedad.

O si preferís, simplemente: leedlo, merece la pena.

Enlaces recomendados

Sobre el marxismo analítico y algunos mitos del socialismo, por Stanislao Maldonado en Asesinato en el margen 

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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Estar desempleado no te hace más infeliz... o casi

En la actualidad, tanto economistas como políticos parecen haber empezado a valorar el empleo del concepto de bienestar subjetivo en sus análisis. Contraponemos bienestar subjetivo al tradicionalmente considerado objetivo, es decir, aquél que se calcula a partir de determinadas variables tangibles de los agentes, como las propiedades, la renta o el gasto en servicios de ocio. La diferencia principal radica en que, en vez de ver qué tienen los agentes, el objetivo es saber qué piensan o cómo valoran lo que tienen. Sirva de ejemplo de este avance el caso del Reino Unido, que recientemente ha anunciado un plan para elaborar un índice con el que estimar el "bienestar general de la nación". Ciertamente, las cuestiones relacionadas con el plano subjetivo han de cojerse siempre con pinzas (dado el enorme sesgo previsible y la más que probable escasa fidelidad de los datos declarados por los agentes); no obstante, su empleo en conjunción con datos objetivos, más tradicionales por así decirse, puede ofrecer algunas aportaciones interesantes en el análisis, sobre todo al valorar las diferencias entre ambos métodos.

En cualquier caso, el título de esta entrada parece cuanto menos paradójico, ya que habrá pocas cuestiones en las que la gente coincida en mayor medida que en afirmar que el desempleo es perjudicial (¡ni yo como cuasieconomista me atrevería a negarlo!). De hecho, ante la pregunta: "¿Considerando todo, cómo de satisfecho está con su vida, en conjunto, en estos momentos?", no debería sorprender que los trabajadores desempleados declaren una menor satisfacción con su vida. No obstante, aunque esta respuesta se muestre contundente, en realidad nos da bastante poca información sobre qué hace que una persona desempleada esté más insatisfecha (o en caso contrario, que una persona empleada sea más satisfecha). Aunque como decía antes sea difícil entrar en consideraciones frente a lo subjetivo, no parece nada despreciable el que una parte importante de la población (en España varios millones, de hecho) se declare insatisfecha con su vida. Las consecuencias son bastante poco predecibles, pero desde luego no se muestran alentadoras, y menos ante la visible persistencia del desempleo durante los próximos años.

En un reciente estudio, titulado Dissatisfied with Life but Having a Good Day: Time-use and Wellbeing of the Unemployed, Andreas Knabe, Ronnie Schöb, Steffen Rätzel y Joachim Weimann intentan descomponer qué factores son los que configuran la "satisfacción", subjetiva, que el individuo posteriormente declara en las escuestas. Concretamente, su estudio se centra en los efectos que el desempleo general sobre esta satisfacción, en comparación con la de las personas empleadas. Sin abrumaros con cuestiones metodológicas, el trabajo analiza las diferencias entre empleados y desempleados en Alemania respecto a sus respuestas sobre la satisfacción diaria, sobre sus estados de ánimo, la composición de las actividades que realizan a lo largo de un día y la diferencia en la duración de dichas actividades. Los resultados que obtienen, a través de una regresión econométrica, se muestran en la siguiente tabla:


Puede apreciarse que, como era previsible, las personas desempleadas declaran, en general, unos menores niveles de satisfacción respecto a su vida que las empleadas. Los resultados muestran además que tanto empleados como desempleados clasifican el trabajo dentro de las actividades menos placenteras. Además, los datos sugieren que los empleados experimentan más sentimientos positivos que los desempleados para la realización de una misma actividad (algo que, curiosamente, no se sostiene en el caso del cuidado de los hijos).

Estas observaciones permiten descomponer el efecto del desempleo sobre el bienestar subjetivo en dos partes: el efecto depresivo (saddening effect) del desempleo (los desempleados declaran más sentimientos negativos y menos positivos que los empleados) y el efecto de disponibilidad del tiempo (time-composition effect) los desempleados y empleados difieren en cómo organizan su tiempo). Convertirse en desempleado implica que puede dedicarse más tiempo a tareas más placenteras que antes (y recordemos, el trabajo no era considerado precisamente una de ellas). Este efecto de disponibilidad del tiempo actúa como compensación del efecto depresivo, con lo que en principio no está del todo claro cuál de los dos grupos se siente mejor a lo largo de todo un día. De hecho, el resultado de la regresión indica que la utilidad media experimentada por los desempleados apenas difiere entre los empleados y desempleados (si bien la diferencia no es estadísticamente significativa). Aparentemente, los desempleados son capaces de compensar la pérdida de utilidad generada por un peor estado de ánimo, derivado de la pérdida del trabajo, al dedicarse a tareas que en términos subjetivos consideran más placenteras.

A la luz de las conclusiones, la literatura económica sobre el tema parece mostrarse contradictoria. Por un lado, existe una fuerte evidencia empírica que muestra que las personas desempleados son estrictamente más infelices que las empleadas.  Por otro, la más tradicional teoría neoclásica del desempleo, que asume que si bien en caso de desempleo involuntario los agentes experimentan una pérdida de utilidad (al dejar de percibir renta con la que financiar su consumo), este efecto negativo se ve en parte compensado por el aumento en el consumo de ocio. La introducción de análisis sobre el bienestar subjetivo, en ese sentido, puede aportar nuevos avances que permitan acercar ambas posturas, y en la misma línea, aportar nuevas pistas en el diseño de políticas activas de empleo que pretendan ser realmente eficaces (y eso, entre otras cosas, empieza por incluir qué piensan los agentes sobre su situación y las políticas que pretenden cambiarla, todo sea dicho).

Enlaces recomendados 

Unemployment and happiness: A new take on an old problem, por Andreas Knabe, Ronnie Schöb  y Joachim Weimann en Vox.eu

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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Las causas económicas de la envidia

¿Somos envidiosos por naturaleza? Antes de poder responder esta pregunta, deberíamos plantearnos qué entendemos por envidia. Los economistas (o cuasieconomistas) solemos emplear el concepto de aversión a la desigualdad, que viene a decir que, en general, una persona se siente mal cuando las condiciones de quienes les rodean, en sentido económico, son distintas a las suyas. En términos técnicos, diríamos que los agentes computan en su función de utilidad las condiciones económicas (i.e., las dotaciones iniciales) del resto de agentes de la economía y experimentan una disminución en su utilidad en tanto esas condiciones sean distintas a la suya propia. Obviamente no tenemos por qué suponer simetría en esa valoración: por lo general, una persona se sentirá peor (o incómoda, o molesta, o frustrada, como queráis) cuando sus vecinos son más ricos que él. No obstante, no son pocas las personas que se compadecen y se sienten mal ante la pobreza de sus congéneres. Este hecho también deberíamos interpretarlo bajo la misma óptica de aversión a la desigualdad. No sería correcto hablar de envidia, como tradicionalmente se interpreta, en este último caso (la envidia, como tal, aparecería únicamente frente a individuos que tengan una condición mejor a la propia).

El estudio del comportamiento de los individuos cuando consideramos su aversión a la desigualdad deja tras de sí resultados bastante interesantes, como el hecho de que los individuos están dispuestos a gastar una parte considerable de sus recursos en reducir esa desigualdad frente a sus semejantes, o al menos a aparentarlo (en general el gasto que entendemos dedicado a ostentación formaría parte de esta categoría). Del mismo modo podemos entender por qué los individuos juegan a la lotería: la posibilidad de que alguno de tus vecinos, amigos o compañeros de trabajo de ser ganadores, por pequeña que sea, supone en cierto modo una amenaza a vuestro statu quo relativo (algo que se entiende mejor respecto a los boletos de lotería que se compran en grupo o entre compañeros).

Como nunca está de más hacer publicidad, sobre todo cuando se trata de mi alma mater, os dejo a continuación una pequeña presentación realizada por Antonio Cabrales de recientes estudios relacionados con las causas y consecuencias económicas de la envidia que se han llevado a cabo en la Universidad Carlos III de Madrid. Sin más, os dejo el vídeo, que podéis ver aquí.

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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Los efectos de la inmigración, ¿son siempre perjudiciales?

Generalmente se asume que la inmigración es un fenómeno perjudicial para el empleo. Siempre, claro está, desde el punto de vista de los trabajadores locales. Quizá únicamente si una economía crece, se diría, puede asumirse que la inmigración no afecte a los trabajadores locales, pero eso es sólo aparente: a fin de cuentas, el aumento de la mano de obra presiona los salarios a la baja, lo cual sí que repercute sobre los trabajadores locales. Podríamos resumir la sabiduría popular sobre la inmigración en la cacareada frase "los inmigrantes nos roban nuestros puestos de trabajo". Los más condesciendentes, en todo caso, añadirán que "no es justo, ellos están dispuestos a aceptar salarios más bajos, pero ellos no tienen que afrontar los gastos que tenemos nosotros". Nótese el sentimiento tribal que aflora en todas estas circunstancias.

A pesar de todo, estas valoraciones son bastante intuitivas. De hecho, a primera vista un análisis del mercado de trabajo desde una perspectiva más bien clásica respaldaría estas valoraciones. Si la oferta de trabajo aumenta más que la demanda, o ésta última no aumenta en absoluto, el resultado en el nuevo equilibrio será un salario de mercado más bajo. O en caso de rigidez salarial (luego entendemos desempleo) podemos prever que las nuevas contrataciones sean únicamente de inmigrantes al estar dispuestos a aceptar salarios más bajos, pudiendo incluso llegar a desplazar a los antiguos trabajadores locales, que únicamente están dispuestos a aceptar mayores salarios (iguales a los de los trabajadores locales de otros sectores, todo sea dicho). Como decía, a primera vista esta explicación puede parecernos acertada. ¿De verdad es así?

En realidad, no. De hecho, la literatura económica sobre el tema contiene numerosos estudios que demuestran que la inmigración no perjudica ni los salarios ni tampoco las oportunidades de empleo de los trabajadores locales. ¿Cómo puede suceder ésto? Porque en realidad ambos tipos de trabajadores no compiten entre sí, o lo hacen en una escasa proporción. En un trabajo reciente, Francesco D'Amuri y Giovanni Peri analizan 14 economías europeas durante el periodo 1996-2007. Su conclusión es que los inmigrantes generalmente ofrecen un trabajo poco cualificado, lo cual permite a los trabajadores locales optar por trabajos de mayor cualificación, incrementando a su vez la demanda agregada. El efecto neto para la economía es positivo, o al menos puede serlo, para sorpresa de algunos. El siguiente gráfico, obra de los autores mencionados, muestra para las economías analizadas la relación entre empleos cualificados y no cualificados (o los requerimientos de trabajo para cada uno) para cada tipo de trabajadores inmigrantes y locales en los años contemplados:


Puede apreciarse que, en líneas generales, los trabajadores locales han ido ocupando una proporción creciente de empleos que requieren cualificación, al contrario que los inmigrantes, que muestran una tendencia inversa. Los datos presentados en el gráfico son relativos, ya que obviamente también hay trabajadores locales que desempeñan puestos poco cualificados, pero la proporción de éstos es mucho menor, es más, decreciente durante todo el periodo. Cónstese que ésto no quiere decir que los trabajadores inmigrantes sean poco cualificados, sino que ofertan, o compiten, o son demandados, en trabajos que requieren poca cualificación (probablemente, y entre otras cosas, porque estén dispuestos a aceptar salarios más bajos en relación a sus homólogos locales).

No obstante, se me antoja pensar si éstos resultados son representativos de la economía española en particular. Si la proporción de trabajadores con escasa cualificación (y por tanto, probablemente incapaces de optar por trabajos que requieran mayor cualificación) es elevada, ¿se producirá el efecto de desplazamiento de los inmigrantes, o se entablará una verdadera competición entre éstos y los trabajadores locales? ¿Habrá entonces efecto expulsión o una bajada del salario de equilibrio, como podría predecir la teoría en el caso de trabajadores homogéneos? No sabría decirlo, menos aún si esta última situación es la que efectivamente puede darse en España. O quizá simplemente estoy subestimando el mercado laboral de mi país. Quién sabe.

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Qué entiendo por "estímulo económico"

Siempre que una economía entra en recesión, muchos economistas, y los políticos que se molestan en escucharles, salen lanzados a la palestra pidiendo que se tomen medidas de estímulo para resolver la situación. Desde los tiempos de John Maynard Keynes, de hecho, esta solución hoy canónica se ha tomado, si no como ejemplo genérico siempre a seguir, al menos como una posibilidad legítima y plausible. Es la solución definitiva, dicen algunos. Si no se obtiene ningún resultado tangible, es que el estímulo ha sido demasiado pequeño, dicen otros. Este tipo de discusiones se repiten día a día en tanto una recesión continúa. Ahora bien, ¿qué es un estímulo económico? En esta entrada trataré de dar mi visión sobre el tema, explicando qué es lo que yo entiendo por estímulo económico, para qué sirve y qué resultados tiene o, más bien, qué resultados puede tener.

Trasladémonos a la ciudad de Nueva Orleans después de que el huracán Katrina causase estragos. Como bien sabéis, la ciudad quedó completamente arrasada, cientos de familias tuvieron que ser evacuadas, etc. Ahora pensemos en qué puede hacerse después de la catástrofe. Si yo soy un vecino de Nueva Orleans, y mi casa ha sido destruida, lo más probable es que desease reconstruir mi casa, intentando que las cosas vuelvan a ser en la medida de lo posible como antes. Sin embargo, me encuentro ante una difícil situación. ¿Qué van a hacer mis vecinos? Me gustaría reconstruir mi casa, pero si nadie más lo hace, ¿para qué quiero vivir en un páramo desolado? Es lógico pensar que todos mis vecinos se harán la misma pregunta. Así pues, simplificando, nos encontramos ante dos posibles resultados: O bien todos reconstruimos nuestras casas, o bien nadie lo hace. Ambos resultados son dos posibles equilibrios, en tanto que una vez suceden son estables. Si comparamos la economía de Nueva Orleans para ambos posibles equilibrios, obviamente nos encontraremos con diferencias. El equilibrio en que nadie reconstruye su casa es en consecuencia subóptimo, pero eso no niega su carácter de equilibrio. Ahora bien, si todos reconstruyésemos nuestras casas, llegaríamos a una situación global superior. ¿Qué sucederá? De primeras no podemos afirmar nada, ambas situaciones pueden darse. Baste recordar que, en términos de la teoría de juegos, podemos encontrar múltiples equilibrios de Nash, por poner un caso.

Este ejemplo me permite ilustrar qué entiendo por estímulo económico. En este caso, un estímulo es aquella acción que permite pasar de un equilibrio subóptimo a uno superior, por ejemplo, mediante una transferencia de renta a las familias afectadas, o un anuncio de soporte político a la empresa, o en definitiva cualquier medida que nos permita trasladarnos de un equilibrio a otro. Se trata de un estímulo precisamente por eso: dadas distintas alternativas a las que la sociedad tenderá, según las circunstancias, el estímulo incita a que se alcance una situación deseablemente superior. Esta definición es de andar por casa, pero en líneas generales espero que se entienda el plantamiento.

Ahora me diréis que ésto es maravilloso. ¿Por qué no hacerlo siempre, si es tan fácil? En el ejemplo anterior el estímulo se ha considerado como algo exógeno, es decir, ajeno a la sociedad. Podemos pensar que el estímulo, si consiste en una trasnferencia o inyección de renta, como sucede en la realidad, proviene de una nueva veta de oro que antes no había sido descubierta, o bien que todo el gasto es sufragado por algún país extranjero, o simplemente, olvidarnos del resto del mundo y pensar únicamente en lo que sucede en nuestra economía (por el resto del mundo entiendo a su vez a las generaciones futuras, o las posibilidades no contempladas, es decir, todo lo demás). Sin embargo, en el aburrido mundo real, el estímulo llevado a cabo mediante gasto público no sale de nada, sino que es sufragado en última instancia por los impuestos que la misma sociedad en la que se efectúa el estímulo sufraga. Necesitamos por tanto una perspectiva endógena, y es lo que trataré de incluir en el siguiente ejemplo.

Supongamos una economía formada únicamente por una sóla fábrica y unos cuantos consumidores, además de un gobierno, que es quien puede recaudar impuestos entre la población. La fábrica consume determinados recursos (inputs) y produce bienes (outputs) que son consumidos por la población. La economía, en esta situación, se encuentra en un equilibrio, llamémosle ω. No obstante, al gobierno la situación le parece bastante precaria; le gustaría que la economía creciese. Como sólo hay una empresa, la fábrica, el gobierno decide subvencionarla a través de los impuestos que recauda de los ciudadanos. Esta subvención debe ser retribuida por la fábrica en un futuro (es un préstamo, más que una subvención, el gobierno ejerce este papel al no existir un sistema financiero). ¿Qué puede pasar? Contemplemos dos alternativas:

(a) La empresa utiliza el "préstamo" del gobierno íntegramente en programas de investigación y desarrollo. El resultado hace que la empresa reduzca sus costes marginales de producción, con lo cual puede producir más o bien vender la misma cantidad de producto a un precio más barato. Se produce una ganancia neta para la economía, un crecimiento, a pesar de que la empresa tenga que devolver el "préstamo", algo que entendemos podrá hacer debido a los mayores beneficios que obtiene en cualquier caso. No importa que las ganancias se queden como beneficios para la empresa, o se suban salarios, o lo que se quiera. La economía ha pasado así de un equilibrio ω a otro Ω, superior. En este caso, bien podemos decir que el préstamo concedido por el gobierno ha supuesto un estímulo. Si el préstamo no fuese reintegrable, el efecto sería el mismo, pero tendríamos que comparar las ganancias obtenidas con el coste de la subvención para ver cuál es el efecto neto sobre la economía (el endeudamiento, público o privado, es siempre un factor a tener en cuenta).

(b) La empresa utiliza el "préstamo" como contrapartida en balance y lo utiliza para vender sus productos a un precio menor. En este caso el efecto es sólo aparente y en todo caso transitorio. Una vez los fondos prestados desaparezcan, el efecto sobre la economía también desaparecerá, volviendo a la situación inicial. A pesar de todo, no es tan sencillo, entre otras cosas depende de la elasticidad de la demanda (o cómo varían las compras de los individuos respecto a los precios). Si la demanda es muy elástica, es posible que la empresa obtenga mayores ganancias, que si se reinvierten pueden llevarnos a la situación (a), o bien pueden simplemente acumularse, sin más fin que ese, o para destinarse a la devolución del préstamo. La cuestión es que si ese préstamo inicial o las ganancias obtenidas a través de cualquier medida no se reinvierten de alguna forma que genere un crecimiento neto para la economía, como por ejemplo a través de una mejora tecnológica o de una mayor productividad por efectos learning-by-doing o cualquier otro método, entonces el resultado del estímulo será, en el mejor de los casos, nulo; en el peor, negativo, aunque sólo fuese considerando costes de oportunidad.

De este ejemplo quisiera extraer unas consideraciones que, por lo general, pueden entreverse en las conclusiones que hagamos sobre los efectos de cualquier estímulo:

1) Un estímulo no siempre tiene un efecto positivo, o al menos, no necesariamente. Depende de cómo se organice y cómo se efectúe. Si el gobierno en el caso anterior hubiese destinado la subvención a pagar a la gente para enterrar botellas en la arena, como decía Keynes, no obtendremos ningún efecto neto positivo sobre la economía (como sería una mejora en productividad). Siendo muy rebuscados podríamos decir que al menos tener a la gente trabajando, de forma que no pierdan la costumbre, es una medida positiva, pero habría que ver hasta qué punto. De hecho, los efectos pueden ser negativos (y más en relación con otros factores, como el endeudamiento, y sus consecuencias). Si el gobierno estimula a una empresa, de forma que esta requiera más recursos, y éstos podrían haber sido aprovechados por otra empresa de una forma productiva, diremos que el estímulo está generando un efecto crowding-out (que puede ser perjudicial, o no, depende de lo que habría pasado de no haberse producido). La comparación con otras posibles situaciones siempre es importante. Un análisis sobre lo que realmente ha sucedido, en vez de sobre lo que podría haber sucedido y realmente lo ha hecho, está siempre cojo y es de poca utilidad.

2) Un estímulo, en su acepción más general, puede no ser generado únicamente por el gobierno, sino por cualquier agente de la economía, al menos si entendemos estímulo como todo paso de una situación o equilibrio subóptimo a otro superior (siempre en relación a la situación inicial). Si en una recesión todas las empresas destinasen una fracción de sus fondos a investigación y desarrollo (lo cual tiene un coste de oportunidad) es posible que los avances generen un incremento neto en la economía (es decir, mayores que el coste de emprenderlo más el coste de oportunidad). Pueden no ser suficientes o simplemente ser un fracaso, y de hecho además estaríamos peor que antes, el efecto neto total sería negativo. Eso es algo siempre a tener presente, nunca está de más recordarlo. Podréis decirme que en mi ejemplo el gobierno hace una función que en la vida real corresponde al sistema financiero (y por tanto, deduciréis apresuradamente que no haría falta que el gobierno lo hiciese, que para eso están los bancos). Sí, es cierto, pero puede haber circunstancias en la que los bancos no ejerzan su función como debiesen (algo común en las recesiones y aún así en circunstancias normales, véase qué significa el racionamiento de crédito, sin ir más lejos).

3) Desde Keynes, hay quien saca a colación la efectividad indiscutible de los programas de estímulo por causa de lo que conocemos por multiplicador del gasto público, que viene a decir que si yo gasto una cantidad, digamos 100 €, a determinadas personas para que entierren botellas, este gasto les supondrá a ellos un ingreso, que gastarán en bienes de consumo, que a su vez supondrá un ingreso para la fábrica, que gastará en comprar outputs, etc. Obviamente ésto no puede extenderse hasta el infinito, al ser el gasto inicial una cantidad finita. En concreto, el efecto multiplicador será 100*1/(1-c), siendo 0 < c < 1 la propensión marginal al consumo, o en otras palabras, la parte de la renta que en promedio la gente dedica a gastar y no a ahorrar. No obstante, éste efecto siempre me ha parecido carente de utilidad, por una razón: no aporta nada nuevo. El gasto tiene un efecto multiplicador, dicen. Sí, pero es que todo gasto, sea público o privado, lo tiene. Si yo voy a comprar una barra de pan, que me cuesta 40 céntimos, mi gasto de 40 céntimos supone un ingreso para el panadero, que a su vez gastará digamos la mitad en comprar harina, y así en adelante. Eso sí, eso no quiere decir que mi gasto, en términos monetarios, genere nuevo dinero de la nada. El multiplicador únicamente me indica que ese dinero concreto que yo he dado cambia de manos, simple y llanamente; y que cuando la propensión que la gente tiene a consumir, o la parte de su renta que gasta en consumo, es mayor, cambiará más rápido o muchas más veces de mano, o que si invierto una cantidad mayor más fracciones de éste podrán cambiar de manos para esa precisa cantidad. El dinero, por cambiar de manos, no aumenta de valor. Ahora bien, el que se dé efectivamente un cambio de manos puede tener efectos, como el que alguna de esas manos lo invierta, por ejemplo, con lo que nos situemos en alguno de los dos ejemplos mencionados más arribas. Esto no es ninguna tontería: en ocasiones, como es el caso de las recesiones, el dinero apenas cambia de manos, y eso tiene consecuencias bastante serias. Lo importante es que los efectos únicamente pueden apreciarse dependiendo de qué haga en concreto la gente con ese dinero, no simplemente el dárselo. Los resultados pueden ser diversos, tienen que compararse, por no decir qué podría haber pasado teniendo presente otras alternativas, muchas veces quizá no contempladas.

A pesar de todo, no quisiera provocar que interpretaséis que visto lo visto, un estímulo no sirve absolutamente para nada. Eso es falso. Claro que los estímulos tienen efectos sobre la economía, en muchas ocasiones positivos, por no decir que en otras son estrictamente necesarios. Hay un montón de literatura económica, con un grado de seriedad obviamente mayor que el mío, que recoge qué efectividad podemos otorgar a estos estímulos emprendidos desde los gobiernos. No obstante, al margen de las estadísticas, últimamente los economistas se plantean si acaso hemos podido haber exagerado los efectos que estos estímulos han podido tener analizando el multiplicador. Comentaba Robert Barro: "La evidencia empírica no avala la idea de que los multiplicadores excedan típicamente de uno, por lo que programas de estímulo a través del gasto tenderán a aumentar el PIB por menos del aumento del gasto público". La discusión, en cualquier caso, sigue en el aire.

En definitiva, los estímulos a través del gasto público tienen consecuencias, en ocasiones imprescindibles, especialmente en momentos de crisis. Sin embargo, un estímulo per se no garantiza nada, igual que si los analizamos a través de la óptima del multiplicador, el que el dinero cambie de manos tampoco garantiza nada. Qué hacen los agentes de una economía con ese dinero, y qué resultados traen sus acciones, eso es verdaderamente lo importante, y eso es lo que siempre ha de analizarse desde una óptica comparativa con otras posibles alternativas, se tomen o no. Y por supuesto, cómo se organice un estímulo también puede tener consecuencias, pues influye en qué termine la gente haciendo, o a quién se destine, o cómo pueda ser en última instancia aprovechado. Decía Paul Krugman hace escasos días: "Macroeconomics is hard". Qué razon tienes Paul, qué razón tienes.

Enlaces recomendados

Política fiscal y gente seria, por Citoyen en La ley de la gravedad
Keynes y Samuelson: Estímulo fiscal, por Kantor en Equilibrio social 

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lunes, 25 de octubre de 2010

Entrevista a Robert Lucas en Libertad Digital

Acerca de Robert Lucas, Premio Nóbel de Economía en 1995, podrían escribirse varias entradas, y en verdad, pocas les harían justicia. Sus aportaciones van desde el desarrollo de la macroeconomía recursiva, a través de técnicas computacionales para evaluar la teoría, hasta numerosas e interesantes aportaciones a la teoría del crecimiento económico; sin olvidar, cómo no, su participación fundamental en el establecimiento de la teoría de las expectativas racionales, tan fructífera para la macroeconomía actual. 

No dispongo de demasiado tiempo estos días (las obligaciones académicas, entre otras, me dejan poco tiempo disponible), pero quisiera recomendaros esta entrevista que le hacen desde Libertad Digital con motivo de la conferencia que impartió el pasado jueves 21 de octubre en la Fundación Rafael del Pino (a la que un servidor asistió, cómo no, ¿quién se perdería a un nóbel?). No puede decirse que la entrevista sea demasiado profunda, ni tampoco que abunde en tecnicismos o en las aportaciones del insigne economista, pero al menos ofrece unas pinceladas sobre sus opiniones en torno a la reciente crisis económica actual (y sus visos de recuperación) en los EE.UU. Nunca está de más (ni siquiera ante la insistencia en la visión austriaca que mantiene el periodista, cónstese). 

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"Free to Lose", de John E. Roemer (IV): materialismo histórico

En las entradas anteriores de esta serie nos hemos dedicado a exponer, de una forma bastante detallada, el concepto de explotación de Roemer, con mucho el más importante dentro del libro. No obstante, quisiera dedicar la presente a mostrar un aspecto que, si bien de forma subsidiaria, enlaza con la reformulación de la teoría económica marxista que hace el autor: qué puede entenderse por materialismo histórico, como teoría de la historia y de la evolución social, desde una perspectiva marxista.

Así, Roemer toma posición junto a la interpretación de su colega G. A. Cohen., quien reformuló (o más bien deberíamos decir que formuló de manera rigurosa) el materialismo histórico marxista. Desde esta óptica, las relaciones de producción son relaciones de poder económico. Los individuos pueden tener o no poder sobre los medios de producción, lo que incluye los propios medios físicos de producción (o capital) y su propia fuerza laboral. Un siervo feudal no tiene ningún poder respecto a la tierra que detenta, que pertenece al señor, ni tampoco posee un control total sobre su propio trabajo, ya que éste puede ser dispuesto por el señor para el trabajo de sus tierras y para el mantenimiento o mejora de las tierras comunales o las infraestructuras del feudo. Por contra, un proletario bajo el capitalismo, aunque sigue sin tener ningún control de los medios de producción, sí posee un control total sobre su fuerza laboral, de la cual puede disponer y emplearla como quiera, al menos legalmente. La visión ideal del comunismo tiene al trabajador como propietario al mismo tiempo de los medios de producción y de su fuerza laboral.

La estructura económica se define como la totalidad de relaciones de producción. La forma de la estructura económica, ésto es, si la sociedad se organiza como feudal, capitalista, comunista, etc., es la consecuencia del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, o en otras palabras, del desarrollo tecnológico. La primera afirmación del materialismo histórico es que las estructuras económicas existentes no son la consecuencia de ideas políticas o nociones religiosas, sino que de hecho cada estructura económica se ajusta al nivel de desarrollo tecnológico de su época. En Europa Occidental, el feudalismo proveyó en su momento la forma más eficiente de organización económica, dado el desarrollo tecnológico presente tras la caída del Imperio Romano, pero a la larga se mostró insuficiente a la hora de dar cabida a las innovaciones tecnológicas que tuvieron lugar en los medios de producción. El capitalismo como forma de organización, en su desafío por dar cabida a tales innovaciones (en sentido legal, ideológico y social) resultó victorioso, precisamente por el hecho de resultar más eficiente. En esta línea, el materialismo histórico reconoce a su vez que el capitalismo ha dejado de resultar viable para ajustarse al desarrollo tecnológico presente y sólo el comunismo es capaz de afrontar éste de forma eficiente. En otras palabras, el capitalismo es una situación subóptima desde el punto de vista de la eficiencia dado el nivel de desarrollo tecnológico existente, al igual que en su momento lo fueron el esclavismo o el feudalismo. 

La segunda afirmación más importante del materialismo histórico tiene que ver con la relación entre la estructura económica y la superestructura política y legal, que se refiere a la forma política del Estado y a las leyes destinadas a garantizar y proteger los derechos de propiedad. Así, las leyes y las políticas que observamos no son más que el resultado después de la pugna entre estructuras económicas alternativas, toda vez que una de ellas sale victoriosa y se establece de forma efectiva. La superestructura implementa lo que requiere la estructura económica., requeridas a su vez por las fuerzas productivas subyacentes a la misma.

En resumen, podemos enumerar tres tesis sostenidas por el materialismo histórico: 1) Las fuerzas productivas tienden a desarrollarse independientemente de la voluntad de los agentes, pero este desarrollo es de alguna forma consecuencia de las acciones que cada uno de los agentes realiza intentando mejorar su situación. 2) Las relaciones sociales de producción (o estructura económica) pueden explicarse por su eficacia a la hora de organizar la actividad económica bajo un desarrollo tecnológico dado. 3) La superestructura política y legal es explicada por sus efectos a la hora de estabilizar y legitimar la estructura económica existente.

Desde este punto de vista, la revolución, en sentido marxista, no puede verse más que como una consecuencia muchas veces necesaria en la pugna entre las distintas formas organizativas de la actividad económica, o en otras palabras, entre diversas estructuras económicas. Supongamos el desarrollo de los acontecimientos de forma esquemática. Primero nos encontramos ante una estructura económica concreta, pongamos, el feudalismo. Las relaciones de producción se definen bajo las categorías del señor y sus vasallos, en las que todos los medios de producción son propiedad del señor y en los que el vasallo no es por entero dueño de su propia fuerza laboral, a pesar de lo cual éste posee un cierto aunque asimétrico poder económico frente al señor. El desarrollo tecnológico (traigamos ahora a nuestra mente artilugios tan banales pero innovadores en su momento como la collera, el arado de vertedera, la rotación de cultivos, el desarrollo de las ciudades o las armas de pólvora) hacen que, a la larga, este tipo de relaciones de producción se vuelvan totalmente ineficientes para sobrellevar las consecuencias que estas innovaciones tecnológicas tienen sobre la sociedad. Así, el crecimiento económico derivado del output creciente en la agricultura dados los avances en artilugios y técnicas de cultivo habrían sido incapaces de reinvertirse de forma eficiente bajo el feudalismo, o al menos de forma cada vez más divergente. El desarrollo de las ciudades y el consiguiente aumento del comercio llevó a una pérdida relativa del poder económico de los señores cada vez mayor, algo que además se agravó bajo el descubrimiento de las armas de pólvora, que dotaron de un nuevo medio de defensa o ataque a las ciudades frente al tradicional método guerrero de los señores, basados en la caballería y las levas campesinas y en el empleo de los castillos como medios de defensa y de organización coercitiva de la vida comunal. Todas estas consecuencias provocaron una divergencia cada vez más creciente entre la situación real de la economía y su caracterización legal., pero las leyes y políticas seguían legitimando y defendiendo mdiante el empleo de la coacción estatal las antiguas relaciones productivas, ya desafasadas o caducas. La revolución, en muchos casos violenta, se constituye así únicamente como un medio para eliminar tales barreras legales y ajustar de forma coherente la superestructura a la estructura económica realmente existente. A modo de ejemplo, el propio Tocqueville declara a propósito de la Revolución Francesa de 1789, en su obra El Antiguo Régimen y la Revolución, que: "Una cosa sorprende a primera vista: la Revolución, cuyo objeto propio consistía, como hemos visto, en abolir por todas partes el resto de las institucioens medievales, no estalló en los países en que estas institucioens, mejor conservadas, se hacían sentir al pueblo con más fuerza en su rigor, sino por el contrario, en aquellos en que éste se percibía menos; de suerte que su yugo pareció más insoportable donde en realidad era menos pesado" [1]. O en otras palabras, la Revolución Francesa se dio precisamente en Francia porque era allí donde la superestructura había alcanzado frente a la estructura económica su mayor grado de divergencia. De ahí que, a pesar de la tradición institucional y del aparente poder del Estado francés, la situación fuese bastante más apta para el inicio de una revolución, y también para su éxito y legitimación posterior.

[1] Alexis de Tocqueville, "El Antiguo Régimen y la Revolución" (1856, pág. 54). La edición en castellano que tengo yo concretamente es la de Alianza Editorial (2004). ISBN: 84-206-5561-8. Como nota al margen, tanto por sus escritos como por las conclusiones que de ellos se desprenden, en muchos sentidos consideraría a Tocqueville como el verdadero creador del materialismo histórico en cuanto al reconocimiento de sus factores esenciales y de las causas que motivan el cambio social. En cualquier caso, y más allá de identificar posibles antecedentes intelectuales, a Marx le corresponde por entero la labor de haberlo formulado dentro de un marco analítico completo y con pretensión de generalidad.

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martes, 19 de octubre de 2010

"Free to Lose", de John E. Roemer (III bis): clase, riqueza y explotación

Siguiendo con la entrada anterior, hemos visto la correspondencia que Roemer establece primero entre riqueza y clase social, y después, entre clase social y explotación, para las que formula sendos teoremas. Cabe reconocer la sencillez, pero a la vez efectividad, de las matemáticas que el autor usa en su proceso de formalización, especialmente en sus demostraciones. No obstante, más allá de su consistencia lógica, cabría preguntarnos, ¿realmente estos dos teoremas se cumplen siempre? La pregunta nos hace remitirnos a los supuestos iniciales. Consideremos, una vez más, el siguiente ejemplo de Roemer:

Supongamos dos agentes, Adam y Karl, un bien, maíz, y dos factores productivos, trabajo y maíz (capital), igual que en el ejemplo de la entrada anterior. Las preferencias de los agentes, que están en función del maíz consumido y del trabajo, en este caso se definen como:

Karl prefiere (⅔,0) a (1,1)
Adam prefiere (3⅓, 4) a (3,3)

Las tecnologías de producción son nuevamente la Fábrica y la Granja, que a modo de recordatorio se definen como:

Granja: 3 días de trabajo + 0 semillas → 1 unidad de maíz
Fábrica: 1 día de trabajo + 1 semilla → 2 unidades de maíz, brutas, o 1 unidad, neta

La distribución de las dotaciones iniciales es desigualitaria: Adam posee 3 uds. de capital, Karl posee sólo 1 (por lo demás, los dos agentes son en este caso idénticos). Asumamos, como siempre, que los dos desean reponer su stock de capital para el final de la semana (de forma que a la semana siguiente comiencen con las mismas dotaciones iniciales). ¿Cuáles son las posibilidades? Cada uno podría trabajar de forma autárquica. En ese caso, Karl conseguiría la cesta (1,1), trabajando su 1 ud. de capital en la Fábrica en 1 día, produciendo así 1 ud. de maíz, neta. Adam conseguiría la cesta (3,3) de la misma forma. No obstante, ambos pueden hacerlo mejor. Supongamos que Karl ofrece contratar a Adam a un salario real de w = ⅓ ud. de maíz por día (este salario es el competitivo, como concluímos en los ejemplos de las entradas anteriores). Así, Karl contrata a Adam para que trabaje su 1 ud. de capital (de Karl) y paga a Adam w = ⅓, quedándose con un beneficio de ⅔ uds. de maíz. Adam ya ha trabajado por su cuenta 3 días para obtener 3 uds. de maíz, netas. Además, el trabaja para Karl 1 día al salario anunciado, con lo cual al final de la semana logra obtener la cesta (3⅓, 4), mientras que Karl obtiene la cesta (⅔,0). Este resultado es Pareto superior al obtenido en un estado de autarquía, según las preferencias de los agentes que hemos definido para este ejemplo. Siendo algo más precisos sobre sus preferencias, esta situación de hecho puede constituir un equilibrio entre Karl y Adam. Nótese que en este equilibrio Karl está explotando a Adam; Karl no trabaja en absoluto y vive del trabajo de Adam. Este proceso puede repetirse a lo largo de las semanas. Sin embargo, Karl es el pobre y Adam es el rico. De esta forma, el análisis de la explotación falla a la hora de reflejar la desigualdad inicial en la posesión de los medios de producción (o en un sentido amplio, de las dotaciones iniciales).

Este ejemplo muestra que la correspondencia entre explotación y riqueza establecida anteriormente aquí no se cumple, dado que los agentes no poseen preferencias de subsistencia. El Teorema de Correspondencia Clase-Explotación sí se sigue cumpliendo (Karl es quien contrata trabajo y Adam es quien lo vende, luego Karl explota a Adam, como señala el ejemplo), y de hecho, Roemer afirma que su cumplimiento es independiente de las preferencias de los agentes. Sin embargo, el Teorema de Correspondencia Clase-Riqueza es sólo contingentemente cierto, es decir, depende del tipo de preferencias que posean los agentes. A pesar de todo, Roemer asegura que, al margen de este ejemplo, el teorema es válido para un rango amplio de preferencias (salvo que éstas sean demasiado extravagantes).

Ante esta situación, Roemer concluye que el análisis de la explotación no debería constituir el centro de atención de la teoría económica marxista, en tanto en ciertas circunstancias puede no reflejar correctamente una distribución inicial desigualitaria y, por tanto, puede llevar a equívocos a la hora de juzgar su carácter éticamente reprobable o el de sus causas previas (que, a fin de cuentas, es el objetivo último de su teoría). En esta línea, el autor aporta una nueva definición de explotación, menos técnica pero más genérica, en la que establece que un agente sufre explotación si su utilidad presente es menor comparada con aquélla que obtendría en una situación en la que se parte de una distribución igualitaria de las dotaciones iniciales. Obsérvese que esta definición, genérica, puede aplicarse para todos los tipos de explotación que vimos anteriormente. No obstante, este enfoque es contrafactual, pues las conclusiones que podamos extraer dependen de cómo representemos esa supuesta situación igualitaria que nos servirá de marco de comparación.

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lunes, 18 de octubre de 2010

"Free to Lose", de John E. Roemer (III): clase, riqueza y explotación

En la anterior entrada nos dedicamos a desarrollar una serie de ejemplos que mostraban como la explotación, en sentido técnico, podía surgir a través del proceso de mercado. En esta línea, extrajimos dos conclusiones. Primero, que la explotación siempre aparece ante una distribución desigualitaria de las dotaciones iniciales entre los agentes de una economía. Segundo, la explotación no siempre es reprobable, de hecho, sólo lo es si las condiciones previas que dan pie a una distribución desigual de esas dotaciones iniciales son reprobables. Ésto es así porque, como vimos en el último ejemplo, incluso ante una distribución igualitaria de capital entre nuestros dos agentes representativos, la explotación aparecía, esta vez motivada por una diferencia entre tasas de preferencia temporal. Si esas tasas de preferencia temporal tienen una explicación causal (por ejemplo, motivada por el ambiente familiar o social, o por el tipo de educación recibida) es algo en todo caso discutible, pero de ser reprobable, entonces esa diferencia entre los agentes es reprobable, y por lo tanto la explotación que surge de esa condición también lo es.

Ahora, seguimos con un análisis algo más detallado sobre el concepto de clase social. Roemer afirma que el surgimiento y configuración de una clase social definida se produce a través del proceso del mercado, en el que cada agente maximiza su utilidad dada su riqueza inicial (en un sentido amplio, sus dotaciones iniciales). Éste planteamiento es súmamente importante, pues prescinde de cualquier posible elemento de coerción en el establecimiento de una estructura de clases [1]. La restricción presupuestaria de cada agente se define en función de sus posibilidades de consumo, por la parte del gasto, y por los ingresos que puede obtener bien trabajando él mismo, contratando a terceros a cambio de un salario o trabajando para otro, percibiendo así un salario por ello (podríamos plantear una restricción equivalente en términos del mercado de capitales y tipos de interés, como vimos en la entrada anterior). Cónstese que tanto el gasto como los ingresos vienen definidos en términos reales [2].

¿Qué ocurre si resolvemos este problema de optimización? Dependiendo de la riqueza inicial de los agentes, las posibilidades para obtener ingresos con los que satisfacer su consumo varían. Así, un agente rico maximizará su utilidad si se dedica a contratar a otros agentes para que trabajen su capital. Un agente pobre, que no posee nada de capital, únicamente podrá maximizar su utilidad vendiendo su trabajo a alguno, o varios, de los agentes ricos. Entre estas dos opciones se abren varias posibilidades de agentes que podríamos denominar "clases medias", que dependiendo de su riqueza trabajarán por su cuenta, contratarán algunos trabajadores o venderán parte de su trabajo, en distintas proporciones. El resultado dilucidado por Roemer se muestra en la siguiente tabla:


De forma equivalente, como establecimos en la entrada anterior, podemos suponer una división en clases sociales pareja en presencia de un mercado crediticio, en conjunción o alternativamente a un mercado laboral. La estructura social resultante, en la que la relación crediticia puede ser llevada a cabo de forma directa o a través de intermediarios financieros, puede apreciarse en la siguiente tabla (nótese la equivalencia con la anterior):

 

Los posibles resultados llevan a Roemer al enunciado de dos teoremas fundamentales para su marco analítico. Al primero lo denomina Teorema de Correspondencia Clase-Riqueza, que establece que cuanto mayor sea la riqueza inicial de un agente, más alto se encontrará dentro de la escala de estructura social. Al segundo, paralelamente, se le nombra como Teorema de Correspondencia Clase-Explotación, que viene a decir que los agentes que optimizan su utilidad colocándose como empleadores de trabajo son explotadores, mientras que los que optimizan su utilidad vendiendo su trabajo son explotados. Estas dos consecuencias, recalca Roemer, emergen como caracterísicas endógenas de los agentes en el equilibrio de esta economía: no están postuladas de antemano. Obsérvese que ambos teoremas pueden ser descritos en términos del mercado de capitales e, inclusive, en términos de países (ya hablemos de relaciones laborales a través de migraciones, ya hablemos de relaciones crediticias a través de los mercados internacionales).

En base a estas correspondencias, de hecho, podemos establecer distintas formas de explotación según los derechos de propiedad vigentes en cada periodo histórico, ya que los mismos definen el rango y la composición de las dotaciones iniciales de los agentes (y por tanto, de las decisiones de optimización que pueden tomar). Así, Roemer define una explotación feudal como aquélla aparejada a la existencia de derechos de propiedad sobre el trabajo ajeno (como en la relación siervo-vasallo). Sigue una explotación capitalista, como aquélla que se relaciona con la existencia de derechos de propiedad sobre los medios de producción o, lo que es lo mismo, el capital. Y por último, Roemer habla incluso de una explotación socialista, que se da por la existencia de derechos de propiedad sobre los talentos innatos o capacidades propias (que desde el paradigma marxista, sí, tampoco resultan justificables). Nótese que, acorde al carácter progresivo del desarrollo histórico según el marximo, cada tipo de explotación conlleva la anulación o elimianción de derechos de propiedad que estaban definidos en el periodo previo. Así, el capitalismo, si bien prohíbe cualquier derecho de propiedad relacionado con la posesión del trabajo ajeno (en el ejemplo anterior, el señor tiene derechos sobre el trabajo del vasallo en determinadas circunstancias, y viceversa) mantiene, e incluso refuerza, los derechos de propiedad sobre el capital. Obviamente, el paso de una economía capitalista a una socialista llevaría a su vez aparejada la eliminación de los derechos de propiedad sobre los medios de producción, pero no sobre las cualidades innatas o talentos de cada persona. 

No obstante, como sumario de todas ellas y en términos generales, la definición que da Roemer de explotación, en sentido técnico, es la que expusimos en la primera entrada de esta serie, a saber: un trabajador sufre explotación si el trabajo que emplea en un proceso de producción es mayor que el trabajo encerrado en las mercancías que puede comprar con el salario percibido por dicho proceso. Esta circunstancia se dá para cualquier tipo de explotación entre las antes descritas, y obviamente, mantiene una relación muy estrecha con la definición que de los derechos de propiedad se haga en cada periodo histórico o lugar considerado.

[1] Como me aclara Citoyen, la ausencia de coerción es una contribución fundamental de Roemer en cuanto a la configuración de una estructura de clases. Por ejemplo, Samuel Bowles en su libro "
Microeconomics: Behaviour, Institutions and Evolution" defiende esta postura desde un punto de vista evolutivo, lo que da idea del calado de la aportación de Roemer.
[2] Las conclusiones que se muestran en las tablas de esta entrada se extraen a través de la resolución de un problema matemático relativamente simple, que pasa después por una demostración rigurosa de sus postulados y resultados. Si no las incluyo es, meramente, por economía de espacio (ver capítulo 4 del libro).
P.D. En la próxima entrada, antes de pasar a una nueva sección, se me hace necesario hacer un bis para exponer un ejemplo concreto pero de suma importancia, que entronca con todas las conclusiones que se han expuesto previamente. Si no lo hago en esta entrada es, precisamente, por cuestión de espacio. A pesar de la extensión deliberada de la serie, como digo, el ejemplo resulta vital no sólo para poder comprender realmente el alcance de las conclusiones expuestas, sino también a la hora de abordar una crítica efectiva, dado el caso.

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"Free to Lose", de John E. Roemer (II): explotación

En la anterior entrada explicamos qué define Roemer por tiempo de trabajo socialmente necesario (o SNLT). Este concepto resulta enormemente importante para comprender qué entiende Roemer por explotación, en un sentido técnico. No obstante, en los dos ejemplos expuestos, pudimos comprobar que, tanto en una situación autárquica como en presencia del mercado laboral, no aparecía ningún indicio de algo que pudiésemos denominar explotación. Cada agente, en ambos casos, trabajaba únicamente el SNLT. Además, vimos cómo en el segundo ejemplo, al introducir un mercado laboral, aparecía una división social del trabajo que daba lugar a una estructura de clases; pero esta circunstancia tampoco daba pie a explotación. Ésto es importante, pues se establecen dos primeras conclusiones. Primero, que un mercado laboral no da pie necesariamente a explotación. Segundo, que el que exista una estructura de clases (p.ej. empleadores y empleados) tampoco.

Ahora bien, en el ejemplo anterior supusimos una distribución inicial igualitaria, es decir, cada agente partía con la misma dotación de capital k = ½. ¿Qué sucede si la dotación inicial de capital es distinta? Retomemos el ejemplo anterior y supongamos ahora que 10 agentes poseen una dotación inicial de k = 50 uds. de maíz y los 990 agentes restantes no poseen ninguna. El único activo productivo que éstos agentes poseen es su fuerza de trabajo, ésto es, su capacidad para trabajar. Por simplicidad, llamaremos a los agentes que poseen capital "ricos", y a los que no, "pobres". En una situación autárquica, puede verse que los pobres trabajan 3 días en la Granja, obteniendo así una 1 ud. de maíz. Los ricos, por su parte, basta con que trabajen un día en la Fábrica invirtiendo 1 ud. de maíz, obteniendo al final de la semana 1 ud. de maíz, neta. 

No obstante, esta situación no es un equilibrio. Los ricos podrían hacerlo mucho mejor, dadas sus dotaciones iniciales de capital. A través de un mercado laboral, los ricos pueden convertirse en "capitalistas" y contratar trabajo. De esta forma, los agentes ricos constituyen el grupo C y los pobres, que ahora llamaremos "campesinos", el V (como en el segundo ejemplo de la entrada anterior). ¿Cuánto contratarán y a qué salario? Puede verse que los capitalistas ofrecerán trabajar su stock de capital a un salario real w =  ⅓ ud. de maíz por día (o 3 días de trabajo por 1 ud. de maíz). A este salario, los campesinos están indiferentes entre trabajar en la Fábrica o en la Granja. Si el salario fuese menor, ningún campesino querría trabajar en la Fábrica; mientras que si fuese mayor, los campesinos afluirían en masa hacia la Fábrica por tanto constituye un trato mejor que trabajar en la Granja (pero el stock total de capital es insuficiente para abastecer esa oferta laboral). Por tanto, dado el salario w =  ⅓ ud. de maíz, la oferta laboral se situará entre 0 días y 3 * 990 = 2.970 días. El equilibrio que se obtendría sería el siguiente. Los capitalistas contratan únicamente el número de campesinos requerido para utilizar el total de su stock de capital (K = 500). Ésto requiere 500 días de trabajo, o 500 / 3 = 166,67 campesinos, cada uno de los cuales se convierte en un "obrero" y gana 1 ud. de maíz por 3 días de trabajo (w =  ⅓). Los restantes 823.33 campesinos mantienen su situación trabajando en la Granja. Los capitalistas, como clase, trabajan 0 días; los obreros producen 1.000 uds. de maíz, 500 de las cuales replazan el stock de capital, 166,67 son pagadas como salarios y las restantes ⅔ * 500 = 333.33 uds. de maíz constituyen beneficios. Así, cada capitalista obtiene 33.3 uds. de maíz como beneficio en este equilibrio, sin trabajar ni un sólo día. Desde luego cada uno puede consumir 1 ud. de maíz, o mucho más que eso; o también puede acumular maíz, es decir, capital.

En el equilibrio que acabamos de presentar, hay tres clases sociales: capitalistas, que no trabajan pero contratan trabajo y obtienen beneficios; obreros, que trabajan para los capitalistas y ganan un salario de subsistencia; y campesinos, quienes no trabajan para los capitalistas y ganan un salario de subsistencia. Cada obrero y campesino trabajan 3 días para obtener una 1 ud. de maíz, pero en el ejemplo de la anterior entrada concluímos que la cantidad de trabajo encerrado en 1 ud. de maíz es de 2 días, dadas las demandas de la sociedad. Por tanto, la explotación ha surgido en este modelo, debido a que los capitalistas trabajan menos que el SNLT, en tanto que los obreros y los campesinos trabajan más que el SNLT.

¿Cuáles son las razones que han surgir la explotación en este modelo? Dos merecen mencionarse: la escasez relativa de capital respecto a la oferta laboral y la diferente distribución del stock de capital entre los agentes. Sobre el segundo, la comparación entre el último modelo y los de la entrada precedente ofrece suficiente aclaración. En cuanto a la escasez relativa de capital, hemos visto que, dado el stock de capital inicial del anterior ejemplo (K = 500) la economía era incapaz de "reproducirse" (reproducir o amortizar el stock de capital inicial) usando únicamente la tecnología de la Fábrica (que es la más eficiente). Pensemos por el contrario que el capital es relativamente abundante. Si lo es de forma suficiente, puede darse la situación de que todos los campesinos pudiesen trabajar el stock de capital de los capitalistas en la Fábrica, pudiendo quedar, aún así, ociosa una fracción del mismo. En tales circunstancias, los capitalistas comenzarían a competir entre sí tratando de contratar trabajadores, elevando el salario real pagado a los mismos, hasta el punto en que, técnicamente, los beneficios fuesen nulos (concretamente, este resultado se alcanza cuando el salario real w = 1 ud. de maíz al día). En este caso, la explotación virtualmente desaparece. Obviamente, el SNLT habrá a su vez descendido al incrementarse el stock de capital de la economía (ya que la sociedad no tiene que recurrir a la tecnología menos eficiente, que en este caso es la Granja). La esencia del capital, apunta Roemer, es que se trata de un input que no puede ser producido instantáneamente. Requiere tiempo, y por tanto ha de considerarse dado para cada periodo. Sea producido en el pasado, o bien apropiado de la naturaleza (como la tierra), en cualquier caso, cuando el capital se convierte en propiedad privada y es distribuido de una manera desigual entre la sociedad, la diferenciación y la explotación aparecen como consecuencia del proceso de mercado. Por tanto, la causa de que exista explotación se debe a una desigual distribución de las dotaciones iniciales, y no debido a la existencia de un mercado laboral o de una estructura de clases, como el marxismo clásico sostenía.

Otra cuestión que conviene aclarar es que, hasta el momento, únicamente hemos hablado de la posible existencia de un mercado laboral pero, ¿qué decir de los mercados de capitales? ¿No cumplirían acaso una función análoga, respecto a la distribución inicial del capital, que los mercados laborales? Roemer demuestra que sí. De hecho, resulta indiferente hablar de mercados de capitales, donde unos agentes contratan trabajo y otros lo venden, que hablar de un mercado de capitales donde unos agentes prestan capital y otros lo toman prestado. Los beneficios y los intereses son las contrapartidas de estos procesos en ambos casos y, dados los mismos datos en los ejemplos considerados, ambas tasas coinciden (cónstese que no siempre sucede así, sólo bajo ciertas condiciones como las de los ejemplos, pero pasar por alto esta salvedad llevó a los marxistas clásicos a considerar que beneficios e interés son esencialmente lo mismo). Las relaciones no acaban ahí, ya que Roemer llega a postular un teorema en el que demuestra que, bajo las condiciones planteadas, en una economía surgen beneficios y/o intereses si y sólo si existe explotación. Como digo, el autor demuestra todas estas equivalencias en profusos ejemplos, pero por motivos de espacio y economía didáctica los pasaré por alto (no obstante, sobre esta equivalencia y su relación con las clases sociales y la explotación me extenderé más detalladamente en la siguiente entrada).

Ahora bien, aunque podemos concluir la aparición de la explotación, en sentido técnico, la moralidad o no de este resultado, desde la ética marxista, no es algo que quede tan claro. Es más, las cosas pueden complicarse bastante. Consideremos el siguiente ejemplo de Roemer, para el cual retomamos en parte los anteriores: Supongamos dos agentes, Adam y Karl. Ambos parten con una dotación incial de capital de k = ½. Las tecnologías son las mismas que en los ejemplos anteriores. Karl es tremendamente averso a trabajar en el presente: él únicamente quiere consumir 1 ud. de maíz por semana, sujeto a la restricción de que también quiere renovar su stock de capital inicial en cada periodo. En la primera semana, él trabaja ½ día en la Fábrica (utilizando todo su stock de capital) y 1½ día en la Granja, produciendo un total de 1½ uds. de maíz, de las cuales consume 1 ud. de maíz y ½ se dedica a renovar su stock de capital para el siguiente periodo. Adam acumula durante la primera semana; él trabaja ½ día en la Fábrica, utilizando su stock inicial de capital, y 4½ días en la Granja, produciendo 2½ uds. de maíz, brutas. Después de consumir 1 ud. de maíz, le quedan 1½ uds. de maíz con la que empezar la semana siguiente. En la segunda semana, Karl trabaja ½ día en la Fábrica, utilizando su stock inicial de capital; ahora, en vez de ir a la Granja, pide prestada la 1½ ud. de maíz remanente de Adam para trabajarla en la Fábrica. Ésto le lleva a Karl precisamente 1½ días en los que produce 3 uds. de maíz, brutas. De las 3 uds. de maíz, él se queda ½ ud. de maíz (que sumada a la ½ ud. que había obtenido en la Fábrica previamente suman 1 ud., que es justo lo que quiere consumir) y devuelve 2½ unidades de maíz a Adam (1½ que le prestó y 1 ud. más en concepto de intereses). De hecho, Karl está bastante contento con este acuerdo, ya que él sólo ha trabajado 2 días y ha recibido 1½ uds. de maíz, lo cual supone el mismo resultado que si hubiese ido a trabajar a la Granja. En otras palabras, la tasa de interés que le ha cargado Adam (66.6%) es justamente la tasa a la que Karl se muestra indiferente entre pedir prestado o trabajar por su cuenta en la Granja (puede verse fácilmente que si hay mucha gente como Karl y poca como Adam, entonces la competencia llevará la tasa de interés, sea cual sea, a ese valor). Adam, por su parte, recibe un beneficio de 1 ud. de maíz por el trabajo de Karl, que consume, lo cual le deja una vez más para comenzar la siguiente semana con 1½ ud. de maíz. Adam no ha trabajado en absoluto en la semana 2. Este acuerdo puede prolongarse indefinidamente en el futuro, con Karl trabajando 2 días y consumiendo 1 ud. de maíz por semana y con Adam consumiendo 1 ud. de maíz por semana y trabajando 5 días la primera semana y nada el resto. Cabe aclarar que el mismo resultado se hubiese obtenido si, en vez de producirse un préstamo, Adam hubiese contratado a Karl para trabajar en la Fábrica (a un salario real que como en los ejemplos anteriores refleja el coste de oportunidad de Karl de ser contratado, ésto es, w = ⅓ uds. de maíz por día).

Claramente, surge explotación (tal y como la hemos definido) en este acuerdo en todas las semanas excepto en la primera. Eso sí, ¿hay algo moralmente objetable en ella? No, al menos en principio. La distribución incial del stock total de capital es igualitaria, pero eso no ha impedido que surja explotación, debido a la existencia de diferentes tasas de preferencia temporal. ¿Qué podemos decir de este resultado? Roemer concluye que la explotación, en sentido técnico, únicamente puede considerarse éticamente reprobable si las causas de la distribución inicial de dotaciones (sean distintas o no) son igualmente reprobables. En este ejemplo, por tanto, no hay nada que reprobar. La explotación no sería inmoral. Roemer obviamente no se queda del todo satisfecho con su conclusión, y en secciones siguientes de su libro, analiza las posibles razones que pueden dar lugar a distribuciones iniciales reprobables (de hecho, la existencia de diferentes tasas de preferencia para distintos agentes puede tener una justificación por la existencia de condiciones reprobables previas, apunta Roemer, y por lo tanto no serían justificables por sí mismas).

P.D. En la siguiente entrada, trataré el análisis que Roemer hace de la relación entre clases sociales, riqueza inicial, beneficios y explotación, además de extenderme algo más en este último concepto, sentando definitvamente algunas conclusiones. Tras ésta, seguirá otra entrada en la que trataré, ahora sí en menos detalle, algunas cuestiones relacionadas con el materialismo histórico y la teoría de la justicia particular que propone Roemer, en consonancia con lo anterior. La última entrada estará dedicada a repasar las conclusiones y, cómo no, a criticarlas en su justa medida. Nuevamente, pido disculpas por el grado de formalismo de la entrada. Aunque pueden llevar a confusión, considero que los ejemplos expuestos, si se entienden correctamente (y por tanto, si he sido capaz de expresarlos de forma clara) son la mejor forma de comprender las conclusiones que Roemer extrae, además de aportar una excelente base para una crítica lo más rigurosa posible.

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