En la entrada anterior vimos que las posibilidades de un default (es decir, una suspensión de pagos de la deuda pública), dada la perspectiva histórica, no resultaba en absoluto desdeñable. Ahora bien, ¿qué sucede exáctamente en un país cuando se da un default? En general, los países encuentran dos vías de escape a esta situación. La primera, a su vez la más empleada, consiste en que el país acaba haciendo frente a sus obligaciones nominales utilizando el antiguo truco de encender la máquina de imprimir dinero, es decir, si el monto total de mi deuda es de 100 millones de dólares, basta con que imprima esa cantidad de dinero y la entregue a mis acreedores. A fin de cuentas, estoy pagándoles lo que está escrito en mis obligaciones, ¿no? Sin embargo, todos sabemos que las cosas no son tan sencillas. El efecto de esta medida es que genera inflación de una forma incierta (no es nada fácil para un Banco Central primero, fijar qué nivel de inflación es necesario para evitar el sobreendeudamiento, mucho menos conseguirlo en la práctica). En pocas palabras, lo único que haces es lograr hacer frente a los pagos haciendo que el dinero valga menos (y en consecuencia, las obligaciones contraídas en esa misma moneda valen menos).
La segunda medida posible es la que solemos apreciar en cualquier suspensión de pagos: reducción del montante que le corresponde a cada acreedor, racionamiento, liquidaciones y, llegado el caso, un impago (lo que vendría a equivaler a una declaración de bancarrota, aunque ésto es poco común, mucho menos en la época actual). A pesar de lo remoto de esta posibilidad, no debemos olvidar que puede darse. ¿Por qué? Principalmente porque, para ser capaz de tomar la primera medida, el país debe tener capacidad precisamente para imprimir dinero. EE.UU. puede hacerlo. Otros tantos países también. ¿España? No es nuestro caso, al menos desde que decidimos prescindir de una moneda propia y entregamos dicha facultad al Banco Central Europeo.
La segunda medida posible es la que solemos apreciar en cualquier suspensión de pagos: reducción del montante que le corresponde a cada acreedor, racionamiento, liquidaciones y, llegado el caso, un impago (lo que vendría a equivaler a una declaración de bancarrota, aunque ésto es poco común, mucho menos en la época actual). A pesar de lo remoto de esta posibilidad, no debemos olvidar que puede darse. ¿Por qué? Principalmente porque, para ser capaz de tomar la primera medida, el país debe tener capacidad precisamente para imprimir dinero. EE.UU. puede hacerlo. Otros tantos países también. ¿España? No es nuestro caso, al menos desde que decidimos prescindir de una moneda propia y entregamos dicha facultad al Banco Central Europeo.
¿A qué viene esta explicación? Resulta que el economista Paul Krugman, que lleva desde el inicio de la crisis clamando a los cielos por un maná que nunca se le antoja suficiente, alerta ahora sobre una posibilidad de default en los EE.UU. que parece insalvable. En este sentido, Krugman afirma que es posible que EE.UU. tenga que recurrir a la máquina de imprimir dinero como única alternativa posible para paliar su elevado endeudamiento, al que ahora parece culpar de la lenta recuperación que está experimentando la economía estadounidense. El anuncio de la Reserva Federal de que comenzará a recomprar treasury-bonds en grandes cantidades (y por tanto, comenzará a inyectar dinero en la economía) se muestra inquietantemente relacionado (más que nada porque cualquier intento de bajar los tipos de interés por esta vía, cuando éstos están prácticamente a cero, parece bastante improbable).
No obstante, Paul Krugman, en lo referente al devenir de la crisis en EE.UU., no deja de desconcertarme. ¿A qué se deben sus palabras ahora? ¿Se está retractando de sus anteriores posiciones, mostrando preocupación por el elevado endeudamiento de la economía estadounidense, o simplemente se trata de una alerta más dentro de su línea "si no sigues gastando, éste será el final"? No está de más recordar que Krugman lleva pidiendo un nivel de gasto, y endeudamiento, cada vez mayores desde que comenzó la crisis al achacarla a una insuficiencia de la demanda agregada que, paradójicamente, parecía superar cada vez más sus previsiones iniciales. El programa de estímulo decretado por Obama al inicio de su mandato fue prácticamente apadrinado por este economista. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos, no sólo EE.UU. no termina de arrancar, sino que además empieza a experimentar ciertos fenómenos, como el paro de largo duración, que antes le resultaban completamente desconocidos (y para los que no estaban en absoluto preparados, todo sea dicho). En fin, habrá que esperar nuevas declaraciones, ya que cada vez que habla desde alguna tribuna pública, Krugman nunca deja de sorprender.
Enlaces recomendados
Global Debt Comparison, en The Economist