miércoles, 24 de noviembre de 2010

El equilibrio normativo

Aprovechando que en la entrada anterior hablaba sobre el equilibrio general, al tiempo que justificaba los estudios encaminados a probar su existencia y las consecuencias que la misma suponía para el análisis económico, me ha surgido una duda relacionada precisamente con uno de los aspectos fundamentales de este equilibrio, a saber, el ser eficiente en el sentido de Pareto. No obstante, más que una explicación, quisiera plantear la cuestión de forma abierta, ya que no tengo del todo claro la veracidad del tema en cuestión.

Uno de los requisitos más ampliamente aceptados en torno a las características que ha de cumplir un equilibrio en una economía es que éste sea eficiente en el sentido de Pareto. El equilibrio general que se alcanza en el modelo de Arrow-Debreu cumple esta propiedad. No sólo eso. Los desarrollos posteriores en microeconomía centrados en el análisis del equilibrio general fuera del marco de competencia perfecta también persiguen este misma propiedad. Cabría decir que no podemos hablar de un equilibrio propiamente dicho, o al menos aceptable, si no encaja dentro de los criterios de eficiencia paretiana.

No obstante, ¿qué queremos decir cuando afirmamos que un equilibrio es eficiente en el sentido de Pareto? En concreto, implica que la distribución que se alcanza en dicho equilibrio proporciona a los agentes de la economía una utilidad tal que únicamente podemos incrementar la utilidad de alguno de los agentes a costa de disminuir la de otro. He tratado la cuestión relativa a los criterios de eficiencia en otras entradas (I, II, III), con lo que no voy a extenderme en ello aquí. ¿Dónde está entonces mi duda?

La eficiencia en sentido de Pareto es un criterio normativo, es decir, su cumplimiento es deseable o, en cualquier caso, hemos de tender hacia él. Ahora bien, ¿en qué sentido es deseable? Diría que únicamente podemos formular un argumento que no resulte vacío desde un punto de vista estrictamente político (ésto es, ético), pero ésto hace que cualquier intento de justificación caiga fuera del campo propio de la economía. No negaré que pueden existir razones de corte técnico que hagan más viable la adopción de este criterio de eficiencia respecto a cualquier otro, pero tales razones aluden a su viabilidad, no a su deseabilidad o conveniencia. Como digo, cualquier definición encaminada en esta última dirección resulta ajena a la ciencia económica. Ha de tomarse como dada, en todo caso.

Este hecho me sitúa en una difícil posición, a saber, la posibilidad de tener que admitir que los fundamentos de nuestros modelos se encuentran empapados de ideología. A fin de cuentas, la eficiencia paretiana bien puede interpretarse como una formalización del precepto "haz lo que quieras en tanto no perjudiques a los demás", si bien formulado desde el punto de vista de ese ente redistribuidor (algunos lo llaman subastador walrasiano) que subyace a todos estos modelos. Sin embargo, si la adopción de un criterio u otro depende en última instancia de una elección ética, ¿por qué escoger el criterio paretiano, por qué no otro? O mejor aún, ¿por qué no ninguno? No sabría decir hasta qué punto podríamos operar prescindiendo de cualquier criterio normativo, más allá de relegar la economía a una labor puramente descriptiva. Sin embargo, el que gran parte de los supuestos e implicaciones de nuestros modelos dependan de una elección hasta cierto punto arbitraria (como toda elección de una ética de referencia en última instancia) se me antoja oscura, o viciosa, en lo que respecta a nuestra labor de formalización.

Como digo, se trata de una duda (razonable, diría yo) que no me encuentro plenamente capacitado para intentar responder. Espero, en todo caso, vuestra opinión al respecto.

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